martes, 9 de junio de 2015

Esta es la historia de Juan: El niño que nadie amó



Hola, sé que no te acuerdas de mí, me viste ayer caminando por las calles con mis libros de la escuela en la mano. Lo tengo todo, pero, ¿Sabes qué? No tengo nada, nací en una familia con mucho dinero, pero tan pobre. Ellos lo tienen “todo”, una gran casa, unos cuantos autos, los mejores trabajos, una cuenta de ahorros en Suiza, un Yorkie Terrier de esos que te cuestan un ojo de la cara, una vinera repleta de Cheval-Blanc  para las cenas “familiares” y las actividades sociales, pero sobre todo me tienen a mí, el hijo perfecto.
Definición de hijo perfecto: creación difícilmente planeada, que desarrolla sus años de niñez bajo el más estricto nivel de educación. Debe tocar el piano a la perfección y sobre todo tener las mejores notas de su clase. Tiene horarios estrictos y en su tiempo libre sueña con ser niño.
¿Sabes? ayer cumplí años, fue el mejor cumpleaños de mi vida. Compartí un rato con los niños de la escuela. Ellos no me conocían (aunque yo a ellos si), pero yo creo que les caí bien, intenté hablarles pero no me salió muy bien, así que les toque unas cuantas piezas de Debussy. Me parece que les encantó, hasta se durmieron al final de mi concierto. ¿Interesante no?
A veces me siento como un enfermo mental, tratando de demostrar sentimientos que nadie ve, que nadie siente, que a nadie le interesan. Es como si estuviera en un laberinto sin salida, una tortura constante que me obliga a estar solo y a mirarme en el espejo que no refleja sombra alguna, solo yo; yo contra el mundo y el contra mí.
Ellos, ausentes como siempre, ella en conferencias internacionales de coaching y él de viaje de negocios. Él, solo como nunca, contemplando la luna que lo quiere acompañar, pero lo abandona cada amanecer y lo hace sentir nostálgico bajo la noche infinita.
A veces quisiera donar mi vida a otro que fuera menos pobre que yo y que pueda beneficiarse de su riqueza abnegada. A veces quiero pensar que dejaré de ser un niño pobre, quisiera convencerme a mí mismo que mis noches de soledad y tormento terminarán de repente, pero no puedo, sigo siendo yo, ese niño que viste hoy al salir de tu casa, de tu trabajo, de la universidad, aquel que se muere de hambre y de frío por las noches, aquel cuyo corazón se endurece de miedo y desilusión, aquel cuyos ojos siguen brillando cual roció en verdes pastos que guardan la esperanza de que mañana sea 21 de marzo, aquel barquito de papel sin rumbo, sin patrón y sin amigos, sigo siendo Juan: El niño que nadie amó.

Creo que aún no te acuerdas de mí, es normal, ya no lo intentes…


¡Dinero! Tanta gente pobre y con tanto dinero…

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